sábado, 16 de noviembre de 2013

Enésimo llamamiento a la regeneración democrática / Fernando Urruticoechea Basozabal *

El profesor José Luis García Delgado efectúa en El País del día 13 de noviembre, en nombre del Círculo Cívico de Opinión, un nuevo llamamiento por un compromiso de regeneración democrática, de los que ya hay infinitos en los últimos años.
Propuestas muy juiciosas, como en casi todos los casos. Esta vez con un programa de cuatro medidas urgentes: de tolerancia cero contra la corrupción, por una ética de estricta austeridad en el manejo de fondos públicos, revisión de la ley de partidos políticos, y finalmente, revisión de la ley electoral.
Pero claro, los que tiene que tomar tales medidas son las élites públicas que dice el autor del llamamiento. Y tales élites, que son los partidos políticos no parece que estén por la labor, digo yo.
Por más llamamientos que les hagamos y por más compromisos que firmen, no parecen dispuestos a perder la situación de privilegio de la que disfrutan.
Es más, incluso compañeros de García Delgado, como el profesor Santiago Muñoz Machado han declarado que "Los partidos políticos se han apoderado del aparato del Estado hasta la extenuación", en provecho propio, claro y obtenido el botín.
El profesor Alejandro Nieto afirma que existe un pacto de Estado de los partidos políticos, no contra la corrupción, sino un pacto político para tolerarla, silenciarla y fomentarla. Necesitan de la corrupción para financiarse.
¿Alguien piensa que se van a hacer el harakiri como ha propuesto el profesor Muñoz Machado, mientras puedan seguir obteniendo su botín?
Sólo nos queda seguir el ejemplo de Jesús, quien, según nos cuentan los evangelistas, estaba también tan indignado con los mercaderes del Templo, que formó un látigo con varias cuerdas y a golpes hizo salir el ganado del Templo de Jerusalén y tiró las mesas de los cambistas, haciendo caer las monedas por el suelo.
Ahora también se trata de echar a los mercaderes de los templos de nuestra democracia.
Que nos nos tiemble el pulso.
(*) Interventor de Administración Local

La influencia del euro y de la desunión política en la crisis / Ángel Tomás Martín *

La economía pública, en un mercado globalizado, tiene una influencia directa en la economía real: el conjunto de empresas y servicios de cada uno de los componentes de la Europa Comunitaria. Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que los socios que la componen están solo parcialmente unidos. Acatar una sola moneda sin someterse al mismo tiempo a una unión política, financiera y fiscal, ha sido un error que hemos pagado muy caro y de difícil solución que, además, se alargará en el tiempo puesto que costará sufrimiento y sacrificios readaptar las estructuras individuales a las comunes obligatorias.

Que se mantenga la fortaleza del Euro, basada en un colectivo de economías dispares y en muchos casos contrapuestas, frente al Dólar, respaldado por un solo país, está provocando problemas graves a las economías más débiles de la Eurozona. La sobrevaloración perjudica de manera directa al comercio exterior e interior, al encarecer los costos productivos y ello explica la desindustrialización que en el último quinquenio ha supuesto para España. Por otro lado a EEUU le interesa un mercado de la importancia de Europa, y para ello necesita un dólar fuerte frente a una moneda más débil y fluctuante como la nuestra; de ahí la urgencia de no quedar indefensos ante las decisiones de la Reserva Federal.

Esta relación entre el Euro y el Dólar fuerza a la devaluación interna de los países periféricos mediante políticas restrictivas y el incremento de la presión fiscal, con el fin de reducir precios para volver a ser competitivos, pero puede causar un efecto de dificilísima reparación y de un alto costo social: desempleo, recesión, escasa financiación y endeudamiento desproporcionado. Este es el estado de la cuestión. Ningún país europeo ha logrado superar de forma estable el crecimiento del 2,5% sobre el PIB necesario para crear empleo y riqueza.

La presión inflacionista desigual, la obligada devaluación interna (la monetaria es inviable por razones obvias), mediante medidas duras y lesivas pero imprescindibles a que nos obliga una disciplina común, la falta de control presupuestario durante un largo periodo de crecimiento desproporcionado que se suponía interminable (basado en casi un solo sector como ha sido el de la construcción), y la repercusión de un mundo financiero especulativo global de dificilísimo control, han sido las principales causas de la crisis que aún padecemos y de la que costará años volver a la normalidad. No es realista proclamar que hemos tocado fondo y el crecimiento está a la vuelta de la esquina. Hemos de ser pragmáticos y entender que el endeudamiento colectivo exige de nuevos sectores de riqueza donde invertir y crear puestos de trabajo, y sobre todo del tiempo necesario para reducir nuestro endeudamiento. Imprescindible que todos lo comprendamos, que nos dejemos de discusiones ideológicas, que no perdamos el tiempo como hemos hecho hasta ahora y afrontemos la situación mediante unión, esfuerzo, trabajo, sacrificio e inversión.

No es un criterio individual o personal, coinciden en ello los mejores economistas actuales europeos y americanos, y en situaciones semejantes lo expresaba Krugman en la década de los noventa "soy escéptico a que un proyecto con grandes carencias se consolide y no pueda derivar en graves consecuencias aún más difíciles de superar”.

Países de nuestro entorno como Suecia o Reino Unido toman sus propias decisiones y se defienden de la influencia nefasta que produce una economía con moneda única, pero sin cohesión legal unitaria e incapaz de conseguir una posición estable del Mercado Único en el que están integrados.

En nuestro país, como en aquellos otros que necesitan imponer la austeridad para volver al crecimiento, la adopción de medidas dolorosas domésticas con una tasa elevada de desempleo, se torna en lentitud para conseguir la estabilidad, evitando el ajuste del empleo del sector público, aún pendiente, y el deterioro del bienestar general.

Este fenómeno puede obligar a algún país de la Unión a negarse a continuar imponiendo recortes por encima de los ya efectuados, desoyendo las órdenes comunitarias y retrasando su aplicación. Los resultados desastrosos que ocasionaría son imprevisibles.

(*) Economista y empresario