miércoles, 18 de junio de 2014

Hay que recordar lo mejor del reinado de Juan Carlos / Francisco Poveda *

Por mucho que se empeñen algunos, Juan Carlos I no ha sido un rey franquista porque pronto desarmó la estructura de aquel régimen dictatorial y autoritario para dar paso a una monarquía parlamentaria que trajese de inmediato la democracia a nuestro país. Quienes no viviesen aquello de cerca no pueden pontificar ahora en la Universidad española que lo que luego han conocido era una continuación de lo anterior, que tampoco vivieron. 
No, definitivamente no, porque medió un referéndum que legitimó la reforma política y aprobó una Constitución en 1978 por abrumadora mayoría, que lleva vigente casi 40 años. Como no hubo ruptura puede parecer que a Juan Carlos lo puso Franco y aquí sigue hasta hoy. La Monarquía actual es una consecuencia directa de la reforma pactada por todas las fuerzas políticas y los autonomistas catalanes, vascos y gallegos con la bendición de los poderes fácticos de la época. No hay otra verdad.

En varias ocasiones se le ha oido decir al monarca que su objetivo prioritario conseguido era ése y la restauración monárquica. Y por eso su padre renunció a la Corona y trasmitió al hijo su legitimidad dinástica, recibida en su día, a su vez, por el conde de Barcelona, un patriota de verdad, de quien fué el rey Alfonso XIII. De lo contrario, de no haber sido refrendada implícitamente la monarquía al aprobar la Constitución los españoles de entónces, el no reinante rey Juan no hubiese dado nunca ese paso con su renuncia pública al trono de España en favor de Juan Carlos.

El nuevo rey hizo pronto sus deberes de libertad, convivencia y diálogo dentro del pluralismo tras liquidar el franquismo por consejo de su padre y el grupo de monárquicos del interior ajenos al círculo de Estoril, lleno de personajes recalcitrantes con la vuelta a Madrid de don Juan para reinar después de Franco. El deseo de fondo no confeso del joven monarca era, mediante una amnistía, acabar con las dos Españas y ser el rey de todos los españoles pese a las resistencias de los generales provenientes de la Guerra Civil, a cual más cerril e inculto, cuando todavía la democracia era incipiente pero no vacilante. El Rey reconoce que, en todos estos años, nunca se ha olvidado de ni una sola de las víctimas del terrorismo.
El 23-F no fue otra cosa que una calculada vacuna contra esos generales tras casi obligar al rey-militar a prescindir como presidente del Gobierno de un ya muy gastado Adolfo Suárez. Le sucedió un monárquico acreditado como era Leopoldo Calvo-Sotelo y Bustelo, a mitad de camino entre tecnócrata y político, como mejor salida para poder continuar la Transición aunque más pausadamente y de forma más hábil, hasta conseguir el consolidador turno político, una vez lograda en su día la legalización de todos los partidos políticos. 

Juan Carlos fue siempre el verdadero motor del cambio y todos los demás elementos en presencia, ejecutores de las órdenes del rey como buen militar de carrera que era, hasta sacrificar en el trance a los generales monárquicos Milans del Bosch y Alfonso Armada, que nunca se hubiesen levantado contra él.

Visto en perspectiva y sin los condicionamiento de los efectos de la actual crisis económica, el resultado final no ha sido malo porque España es ahora el país más moderno de Europa y la gran esperanza de este continente porque será en los próximos años el de más y mejores oportunidades de inversión y creación de empleo, según coinciden todos los laboratorios de la City y Wall Street. El último gran servicio de Juan Carlos al país que tanto quiere, España, ha sido su abdicación de hoy para que pueda afrontar esa nueva etapa con su hijo Felipe VI al frente.
Las elección de Suárez, Calvo-Sotelo y Torcuato Fernández-Miranda primero y Felipe González después, para correr los riesgos inherentes al desarrollo del proceso político democrático, reconoce el monarca que fue un acierto cuando tanta Cancillería occidental no creía que pudiese darse el turno político y acceder al Gobierno un partido republicano como el PSOE. A partir de ese momento y, tras un largo período de gobiernos socialdemócratras, la democracia en España quedó plenamente asentada con el Estado de las Autonomías para dar oportunidades a otras sociedades de fuera de Madrid y de territorios periféricos, peninsulares e insulares.
Atendiendo a los consejos de su padre, Juan Carlos I ha sido, según sus propias palabras, un nómada en su país al jactarse de conocer las ciudades y todos los pueblos más importantes de España y haber saludado personalmente a miles de españoles. El rey ha tratado siempre de estar cerca de la gente para conocerla y tener la experiencia de escucharla para aprender de ella con sus expresadas ideas ante él. Y todo por su interés de servir al pueblo y hacer útil la monarquía.  

La primera utilidad fué conseguir en 1986 la entrada de la siempre europea España en el núcleo de decisiones de la Comunidad Económica continental tras hablar con muchos gobiernos y periodistas internacionales sobre lo que se había hecho en nuestro país durante los diez años anteriores y lo que quedaba por hacer pese a las dudas de algunos de esos interlocutores. 
Y dentro de ese esfuerzo de abrir puertas a España y destilar credibilidad democrática, Juan Carlos fue el primer rey español en viajar a Iberoamérica; lo hizo todos los años y el resultado ha sido lograr una comunidad de intereses con los países que fueron, excepto Brasil, nuestras antiguas colonias. Por eso se vanagloria de haber acercado aquellas jóvenes repúblicas a la hoy Unión Europea. También ha logrado una sincera relación fraterna con Portugal, donde residió de joven, y con Italia, donde nació por el exilio de su abuelo y de sus padres.

Insiste siempre, y no hay por qué dudarlo, en su amor y lealtad a España inculcados por su padre porque un exiliado lleva a España mucho más en su corazón, como ahora ha expresado su intención Juan Carlos al abdicar la corona, y se precia además de haber unido a todos los españoles para recuperar la democracia por la acción de la monarquía refrendada en el referéndum del 6 de diciembre de 1978. Por eso habla siempre de haber sentido en todo momento el apoyo general del pueblo en sus esfuerzos de normalización y modernidad, reconociendo que queda aún pendiente lograr una España más igualitaria y más justa.

Juan Carlos tuvo como rey la humildad de pedir perdón recientemente a los españoles por sus errores. Y consecuente con esa actitud ha terminado abdicando cuando lo ha creído oportuno tras escuchar a quienes ahora tienen más conocimientos, percepción y elementos de juicio para ver lo más conveniente para España y la Monarquía en un contexto europeo y occidental.

Por todo lo anterior le deben estar agradecidos hasta quienes en libertad siguen pidiendo que venga una república y exigiendo que se celebre un referéndum para ver si una mayoría de españoles abomina de esta Corona que ahora desea continuar y que, por edad, bastantes no refrendaron en su día dentro de una Constitución, que eso sí, pocos dudan que se ha quedado obsoleta y sólo sirve, al final, a los intereses de unos cuantos.

(*) Periodista y profesor