miércoles, 1 de agosto de 2012

Las taifas autonómicas / Ramón Cotarelo *

A raíz del plante de varias Comunidades Autónomas a Montoro ayer en el Consejo de Política Fiscal y Financiera, Palinuro subió una entrada hablando de las típicas taifas españolas, prueba del carácter indómito de la raza en pequeñas porciones. Respira algo de fatalismo y resignación. ¿Para qué vamos a repetirnos? Aquí está, se titula Las nuevas taifas y en ella se habla también de nacionalismo. Quizá quepa ahora una consideración más amplia.
 
Cuando uno de los problemas principales de la angustiosa situación española es la desconfianza en los mercados acerca de que el gobierno pueda encarrilar las Comunidades Autónomas en sus objetivos de déficit, obviamente lo peor que puede hacerse es alimentar dicha desconfianza con encontronazos como el de ayer. Cataluña no compareció; Andalucía abandonó la mesa; Asturias y Canarias votaron en contra de los planes de Montoro. Teniendo en cuenta que estos afectan muy relativamente al País Vasco y a Navarra, resulta que el gobierno, de hecho, no gobierna en algunas de las partes más importantes del país, excluida la Comunidad de Madrid. 
 
Ese enfrentamiento es un error para los intereses colectivos y seguramente se verá hoy en la prima de riesgo. Demuestra, además, que no parece haber clara idea en España acerca de qué sean los "intereses colectivos". Es fácil echar las culpas a las CCAA y en buena parte será justo hacerlo. La última decisión de la Generalitat es casi una provocación al gobierno central... en las espaldas de los sectores más desfavorecidos de la población. Los otros contestatarios pueden tener intenciones más o menos fundadas pero lo cierto es que no acatan la voluntad del gobierno central. A su vez este tiene la mayor parte de responsabilidad puesto que es quien planea los cambios, las medidas, las restricciones, los sacrificios, era de esperar de él que los consensuara en la medida de lo posible en lugar de pretender imponerlos por las bravas. Pero es lo que el gobierno hace, fiado en su mayoría absoluta. Lo hace continuamente. Se lo hace a algunos dirigentes sociales, como los sindicatos o a los otros partidos políticos, con los que no negocia nada, o las instituciones como el Parlamento, que puentea sistemáticamente. Se le nota demasiado su animadversión a la descentralización política y no la respeta. ¿No es Aguirre la primera abanderada de una aspiración a revisar el modelo autonómico? En la neolengua conservadora revisar quiere decir reducir o eliminar. 
 
Es decir: no son solamente los pertinaces e inquietos nacionalismos llamados periféricos los que cuestionan la planta territorial de España y no nos dejan vivir en paz con su reiterada petición de independencia. También lo hace el nacionalismo español que pretende retrotraer el modelo a una planta centralista. Así que reinos taifas, pero todos; el gobierno central, también, pues actúa como uno de ellos, reuniendo a sus mesnadas para obligar a las taifas infieles a pagar tributo y sometimiento. 
 
La situación es muy enrevesada y, de no tratarse de un asunto tan grave, un poquito ridícula. Apenas es creíble que el gobierno central no pueda actuar coordinadamente con sus regiones (naciones, nacionalidades, etc) pero no hay duda de que esa impotencia tiene un precio muy alto en la cotización exterior de España, de la que el Reino depende más que Arabia del petróleo. Cualquiera exclamaría que la situación es absurda porque los españoles tiramos piedras contra nuestro tejado. Muy bien, parece que es una fijación nacional: antes de ponernos a hacer algo nos aseguramos de que no estamos de acuerdo en nada.
 
Resulta desmoralizador recordar que hasta aquí hemos llegado por no haber sabido dotarnos de unas instituciones adecuadas para canalizar los conflictos que se dan en toda sociedad compleja y plural. El ejemplo clásico, ya se sabe, y muy oportuno, es el Senado. La conciencia general lo reputa inútil y la propia cámara así se considera a sí misma. Pero ¿por qué es inútil? Porque no supimos hacerlo bien. El Senado es una segunda cámara legislativa que reproduce el Congreso pero supeditada a él. Es decir, nada. Al ser el Congreso la cámara importante, los partidos nacionalistas tratan de estar en ella, avisadamente, y abandonan el Senado a su suerte, con lo cual se distorsiona la política del Congreso y se anula de hecho el Senado. Si este fuera en realidad una cámara representativa o delegada de las Comunidades Autónomas, en lugar de ser una representación de las provincias, y si tuviera competencias exclusivas en determinadas materias de interés de las CCAA que prevalecieran sobre las del Congreso, el Senado sería una cámara políticamente eficaz. En ella se dirimirían los asuntos de las CCAA como tales. De ese modo entes como ese CPFF no tendrían razón de ser o serían comisiones del Senado ya que las decisiones importantes para las CCAA se tomarían en este.  Y mucho manos admisibles serían esas negociaciones bilaterales que muchos prefieren, en determinadas circunstancias, para someter a chantaje al Estado o a la Comunidad Autónoma, según quién necesite a quién. 
 
En fin, todo esto son bienintencionadas especulaciones. El llamado Estado autonómico seguirá siendo un ámbito de conflicto interno en España; no de coordinación y mucho menos de colaboración. La culpa, en el fondo, es de todos.
 
(*) Catedrático de Ciencia Política en la UNED, Madrid

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