A raíz del plante de varias Comunidades Autónomas a Montoro ayer en el 
Consejo de Política Fiscal y Financiera, Palinuro subió una entrada 
hablando de las típicas taifas españolas, prueba del carácter indómito 
de la raza en pequeñas porciones. Respira algo de fatalismo y 
resignación. ¿Para qué vamos a repetirnos? Aquí está, se titula Las nuevas taifas y en ella se habla también de nacionalismo. Quizá quepa ahora una consideración más amplia.
Cuando uno de los problemas principales de la angustiosa situación 
española es la desconfianza en los mercados acerca de que el gobierno 
pueda encarrilar las Comunidades Autónomas en sus objetivos de déficit, 
obviamente lo peor que puede hacerse es alimentar dicha desconfianza con
 encontronazos como el de ayer. Cataluña no compareció; Andalucía 
abandonó la mesa; Asturias y Canarias votaron en contra de los planes de
 Montoro. Teniendo en cuenta que estos afectan muy relativamente al País
 Vasco y a Navarra, resulta que el gobierno, de hecho, no gobierna en 
algunas de las partes más importantes del país, excluida la Comunidad de
 Madrid. 
Ese enfrentamiento es un error para los intereses colectivos y 
seguramente se verá hoy en la prima de riesgo. Demuestra, además, que no
 parece haber clara idea en España acerca de qué sean los "intereses 
colectivos". Es fácil echar las culpas a las CCAA y en buena parte será 
justo hacerlo. La última decisión de la Generalitat es casi una 
provocación al gobierno central... en las espaldas de los sectores más 
desfavorecidos de la población. Los otros contestatarios pueden tener 
intenciones más o menos fundadas pero lo cierto es que no acatan la 
voluntad del gobierno central. A su vez este tiene la mayor parte de 
responsabilidad puesto que es quien planea los cambios, las medidas, las
 restricciones, los sacrificios, era de esperar de él que los 
consensuara en la medida de lo posible en lugar de pretender imponerlos 
por las bravas. Pero es lo que el gobierno hace, fiado en su mayoría 
absoluta. Lo hace continuamente. Se lo hace a algunos dirigentes 
sociales, como los sindicatos o a los otros partidos políticos, con los 
que no negocia nada, o las instituciones como el Parlamento, que puentea
 sistemáticamente. Se le nota demasiado su animadversión a la 
descentralización política y no la respeta. ¿No es Aguirre la primera 
abanderada de una aspiración a revisar el modelo autonómico? En la neolengua conservadora revisar quiere decir reducir o eliminar. 
Es decir: no son solamente los pertinaces e inquietos nacionalismos 
llamados periféricos los que cuestionan la planta territorial de España y
 no nos dejan vivir en paz con su reiterada petición de independencia. 
También lo hace el nacionalismo español que pretende retrotraer el 
modelo a una planta centralista. Así que reinos taifas, pero todos; el 
gobierno central, también, pues actúa como uno de ellos, reuniendo a sus
 mesnadas para obligar a las taifas infieles a pagar tributo y 
sometimiento. 
La situación es muy enrevesada y, de no tratarse de un asunto tan grave,
 un poquito ridícula. Apenas es creíble que el gobierno central no pueda
 actuar coordinadamente con sus regiones (naciones, nacionalidades, etc)
 pero no hay duda de que esa impotencia tiene un precio muy alto en la 
cotización exterior de España, de la que el Reino depende más que Arabia
 del petróleo. Cualquiera exclamaría que la situación es absurda porque 
los españoles tiramos piedras contra nuestro tejado. Muy bien, parece 
que es una fijación nacional: antes de ponernos a hacer algo nos 
aseguramos de que no estamos de acuerdo en nada.
Resulta desmoralizador recordar que hasta aquí hemos llegado por no 
haber sabido dotarnos de unas instituciones adecuadas para canalizar los
 conflictos que se dan en toda sociedad compleja y plural. El ejemplo 
clásico, ya se sabe, y muy oportuno, es el Senado. La conciencia general
 lo reputa inútil y la propia cámara así se considera a sí misma. Pero 
¿por qué es inútil? Porque no supimos hacerlo bien. El Senado es una 
segunda cámara legislativa que reproduce el Congreso pero supeditada a 
él. Es decir, nada. Al ser el Congreso la cámara importante, los 
partidos nacionalistas tratan de estar en ella, avisadamente, y 
abandonan el Senado a su suerte, con lo cual se distorsiona la política 
del Congreso y se anula de hecho el Senado. Si este fuera en realidad 
una cámara representativa o delegada de las Comunidades Autónomas, en 
lugar de ser una representación de las provincias, y si tuviera 
competencias exclusivas en determinadas materias de interés de las CCAA 
que prevalecieran sobre las del Congreso, el Senado sería una cámara 
políticamente eficaz. En ella se dirimirían los asuntos de las CCAA como
 tales. De ese modo entes como ese CPFF no tendrían razón de ser o 
serían comisiones del Senado ya que las decisiones importantes para las 
CCAA se tomarían en este.  Y mucho manos admisibles serían esas 
negociaciones bilaterales que muchos prefieren, en determinadas 
circunstancias, para someter a chantaje al Estado o a la Comunidad 
Autónoma, según quién necesite a quién. 
En fin, todo esto son bienintencionadas especulaciones. El llamado 
Estado autonómico seguirá siendo un ámbito de conflicto interno en 
España; no de coordinación y mucho menos de colaboración. La culpa, en 
el fondo, es de todos.
(*) Catedrático de Ciencia Política en la UNED, Madrid 

 
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