domingo, 15 de septiembre de 2013

Aquí no dimite ni Dios / Rafael de Loma

Lo de Ana Botella en Buenos Aires creo que va a cambiar la historia de España. Hasta ahora no estábamos seguros de ser un país de cachondeo. Ahora ya lo sabemos con certeza. Había españoles que pensaban que España era un ejemplo de país serio. Hubo hasta quien afirmaba en sus soflamas fascistas de nuestra historia reciente que lo único serio que se podía ser en este mundo era español. Si tenías la desgracia de nacer en cualquier otro lugar de la tierra eras para siempre un maldito sin valores, sin decencia, sin imperio, sin ideales. Un bandarra, sin alma, sin fe. Sólo eras un ser humano serio si eras español, si habías nacido en este país o bajo su manto protector. Y aún así, si no seguías las normas del nacional catolicismo, eras un rojo, algo mucho peor y con más riesgos aún que un extranjero.
No sabíamos con seguridad plena que éramos un país de cachondeo. Y vino Ana Botella y lo pregonó delante de la televisión universal. Un millón y pico de euros a un espabilado asesor americano y tres semanas de ensayo bastaron para que la alcaldesa no elegida nos abriera los ojos y mostrara su inglés risible con la frase, ya universal, de «relaxing cup of café con leche en Plaza Mayor». Decir que todo el mundo se echó a reír con el ridículo discurso sería no reflejar la realidad. Lo correcto sería decir que no todo el mundo se echó a reír, sino que muchos nos carcajeamos y otros tantos sintieron vergüenza ajena y dejaron de mirar la pantalla.
¿Algún iluso pensaba que, tras el vergonzante fracaso, iban a llover las dimisiones? Aquí no se va ni Dios. Ni políticos ni jueces ni gestores. No se van ni con agua caliente. Pensándolo bien, es algo muy humano. Dimites y ¿qué te queda? Te queda el desprecio de todos, de tus amigos y compañeros que suelen ser los primeros en hacerte el vacío, porque el gesto noble de la dimisión será tomado como un reconocimiento de tus errores no como una demostración de decencia. Te queda un porvenir oscuro porque nadie va a fiarse nunca más de ti. Te quedas sin tu sabroso sueldo con el que vivías de P. M. Y te quedas sin tus prebendas, sin tus canonjías, sin tus regalitos de Pascua, sin tu coche, sin el peloteo de tus subordinados, sin tus apariciones regulares en las televisiones. Te quedas en nada? así que ¿para qué dimitir? Es mucho mejor mirar al cielo, silbar, quitarse de la barahúnda y esperar que escampe.
Ana Botella ni siquiera ha esperado a que escampe. Convencida de que este país ya ha demostrado que es un país de cachondeo –lo ha ratificado ella misma– ha decidido iniciar su campaña para las próximas elecciones municipales.
Sabe que de los 182 gañotes que llevó en «el avión de la ilusión» –yo le habría llamado «el avión de los pelotas»– algunos le votarán como alcaldesa para que los vuelva a pasear por el mundo. Japón, más modesta, sólo invitó a 80 y Turquía a 70.
Los expertos, como el que hizo el nefasto discurso, han tenido, tras la ruina de la presentación, más trabajo que nunca. Justificar una debacle de las proporciones de la de Buenos Aires no es tarea fácil. Se ha acudido a todo tipo de argumentaciones, de adversidades, de dificultades, y, sobre todo, se ha echado la culpa, como siempre hemos hecho los españoles, a los masones, a los enemigos de España, a los miembros del Comité Olímpico que nos engañaron con sus falsas promesas. Todos tienen la culpa del descalabro, todos menos los organizadores. Todos menos quienes nos ilusionaron haciéndonos creer que éramos la mejor candidata, que Japón era una mierda radiactiva, que Turquía no era fiable, que sólo España merecía la organización de la Olimpiada Madrid 2020. Pero llegó Ana Botella y su «relaxing cup of café con leche in Plaza Mayor» y nos abrió los ojos.
¿Se ha ido alguien? ¿Ha dimitido alguien? Me darán la razón de que somos un país de cachondeo. Y que, sabiéndolo, nuestro futuro empieza a cambiar.

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