MADRID.- El propio Mariano Rajoy sugirió
hace unos meses que él no tiene intención de retirarse, que quiere
repetir, pero que su futuro en el PP está supeditado al resultado
electoral de las próximas elecciones autonómicas y municipales. Sí, esas
para las que hasta hace algo más de dos semanas se daba por seguro que Cristina Cifuentes sería una de las candidatas populares con mayores posibilidades de éxito. El escándalo sobre su máster y el ultimátum de Ciudadanos –que sostiene al PP en la Comunidad de Madrid- para
que Rajoy busque de inmediato quien la sustituya ha unido de forma
diabólica, por tanto, el destino del ahora jefe del Ejecutivo y de
su partido a la suerte que corra la dirigente madrileña, según El Periódico.
Rajoy y su organización no se pueden permitir perder esta comunidad. Todos los saben. Cifuentes, también. A ella le otorgan la calificación de "achicharrada" en
la dirección popular. No hay salvación posible. O cae a manos de los
suyos o pasará a ser historia gracias a una moción de censura presentada
por el PSOE. La presidenta está ¿disfrutando? de sus
últimos días en su despacho de la Puerta del Sol. Debe ir despidiéndose
de muchas cosas, incluidas las posibilidades con las que creía contar en la carrera sucesoria del PP porque,
efectivamente, soñaba con liderar algún día a sus compañeros y dar el
salto a La Moncloa. Es esta otra clave más para entender que la crisis
de Madrid es más grave de lo que aparenta y afecta al PP en el corto y
medio plazo.
También a la sucesión del líder, llegado el momento.
Y aún quedaría otro dato para reforzar ese nexo entre la
inminente caída de Cifuentes y la sucesión: se vaya la presidenta, la
eche su partido o lo haga la oposición con una moción de censura, el aparato del PP tiene clarísimo que el candidato o candidata que se elija en Madrid para los cruciales comicios de mayo tendrá que ser "un o una primer espada". El objetivo es darlo todo por conservar la plaza. Eso, con independencia de a quién haya que sacrificar para lograrlo.
Será así por más que le pese al posible elegido o elegida bien
porque sus planes profesionales no pasasen por unas elecciones
autonómicas y locales bien porque, como le ocurría a Cristina Cifuentes,
su proyecto personal mirase de reojo hacia el relevo del presidente.
Por tanto las posibilidades de nombres como el de Iñigo Méndez de Vigo, Ana Pastor o Soraya Sáenz de Santamaría van
a estudiarse en detalle y a golpe de sondeo. Puede haber otros y otras
en la lista. Se daba por sentado, por ejemplo, que Pablo Casado contaba
con boletos para ser aspirante a alcaldía, incluso a la Comunidad. Las
noticias que están surgiendo sobre lo inflado que podría estar
su currículum no le favorecen.
Perder también las riendas del PP madrileño
Por tanto a Rajoy le
quedan varias decisiones relevantes que tomar ligadas a la explosión
política madrileña. La primera, si le conviene más que echen a Cifuentes
en una moción o fuerza él que se vaya. Es más probable esta segunda, ya
que si dejara a la presidenta pasar a la oposición para justificar que
cree en su inocencia tendría que dejarle también las riendas del partido en Madrid y, por tanto, influencia en la elaboración de futuras listas.
En este contexto parece inevitable buscar su salida e imponer una gestora o alguien elegido en Junta Directiva para dirigir la organización regional.
Eso deja margen para que quién o quiénes piliten la organización tenga
perfil distinto al de quien sustituya a Cifuentes al frente del gobierno
(se piensa en un perfil joven y sin gestión ni demasiada experiencia
detrás).
El reloj del presidente y la puerta de salida
Con todos estos puntos sobre su mesa Rajoy aplica en el caso Cifuentes la
misma técnica que ha utilizado con casi todo lo que le importa de
verdad o le puede hacer un irreparable daño en política: primero ganar
tiempo y decidir después. Con calma. El presidente custodia con celo su
agenda. Las fechas en rojo, las de los días complejos, las elige él. No
se las imponen. Los momentos convulsos llegarán cuándo a él le interesen
más o le hieran menos. Es inmune a la presión, críticas y titulares
que eso le pueda acarrear. Está entrenado en esa estrategia. La lleva
usando décadas. La ha desplegado en asuntos tan dispares como la
decisión sobre el (no) rescate de España por parte de la UE o el escándalo Bárcenas.
Cuando el asunto afecta de lleno al partido, se añaden algunos ingredientes de difícil digestión para no bregados en el marianismo. Sólo hay que revisar en hemeroteca cómo logró que tiraran la toalla supuestos maestros de la resistencia como Francisco Camps o la ya fallecida Rita Barberá.
Ahí están el adiós del exministro José Manuel Soria o la resignación de Ana Botella a
no volver a ser candidata. La táctica, siempre la misma: Él aguanta el
pulso público con estoica paciencia y los defiende con más o menos
entusiasmo, mientras un reducidísimo equipo de confianza se encarga de
desplegar en los entornos de los afectados y los medios una campaña de
erosión y de ruptura emocional de alto voltaje.
En algunos casos una llamada o una cita con el presidente en el
tramo final del camino, cuando el trabajo previo estaba hecho, basta
para que se dé el último paso algo similar a un cese que se disfraza
entonces de dimisión "por el bien del partido" y de la propia defensa.
Siempre caben sorpresas, pero todo indica que Cifuentes pronto será un
nombre más a los que se les aplicó esta ensayada técnica de colocar a
alguien en la puerta de salida.
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