BRUSELAS.- Un fantasma rojo recorre Europa, el fantasma del kétchup de origen desconocido, de padre con nombre italiano y madre comunista china. Me despierto aterrado, acabo de leer un excelente ensayo escrito por el periodista francés Jean-Baptiste Malet titulado El Imperio del oro rojo y tengo pesadillas cada noche, barriles de tomate concentrado explotan y dejan todo rojo, pringoso y pestilente. Necesito tocar y comer un tomate de aquí, fresco, maduro, real. Voy a ello antes de narrar el rojo apocalipsis de mi sueño:
Plano uno. Almería. No somos ceniza ni 
polvo sino agua. El agua que vino de los confines del Universo en 
millones de meteoritos de hielo cuando la tierra era un erial caliente y
 vacío. Eso eres tú y yo y ese cesto de tomates tan rojos que acabas de 
coger. Agua fósil que llegó de muy lejos y luego se filtró por las 
entrañas de la tierra hasta acabar salobre en el mar, luego en la nube, 
después en el río, más tarde en este tomate y dentro de ti. Trituro un 
kilo de tomates maduros junto a dos buenas ramas de albahaca y cuelo muy
 despacio el puré resultante con dos trapos finos de muselina de seda. 
Aliño luego este agua casi transparente con tres gotas de vinagre de 
Jerez, un chorro de aceite de oliva y un poco de sal marina. Al fondo de
 ese agua dejo caer tres berberechos recién abiertos al vapor, dos dados
 de tomate limpio y unos brotes de corujas picantes. Todo aquello apenas
 es agua, pero en el corazón de su sabor esta todo lo bueno de la tierra
 y del mar de aquí al lado.
Plano dos. La pesadilla tomatera. El 
tomate chino es recogido a destajo en los campos de Sichuán, dos 
toneladas al día por persona, diez horas de trabajo, 20 € de salario 
medio al día. Tomates cultivados sin muchos miramientos en cuanto a 
polvitos venenosos. Los tomates en China se cultivan en miles de 
pequeñas parcelas y los agricultores pulverizan generosamente el 
pesticida que también utilizan para el algodón, el arroz o el girasol 
que cultivan al lado. Después todos esos tomates se mezclan en la gran 
fábrica de procesado así que su trazabilidad es complicada. La empresa 
transformadora que convierte la fruta en concentrado se llama Cofco 
Tunhe (China National Cereals, Oils and Foodstuffs Corporation), es la 
principal compañía procesadora y pertenece al Estado. Transforma 8 
millones de toneladas y produce 250.000 toneladas / año de concentrado 
de tomate que luego vende a Kraft, Unilever, Heinz, Nestlé, Campbell, 
DelMonte, Pepsico, Ducros…
La segundona es la compañía Chalkis, que produce 160.000 
toneladas de tomate concentrado. Este grupo agroalimentario pertenece al
 Bingtuan, que es el conglomerado empresarial del ejército chino, y ha 
comprado empresas procesadoras de tomate francesas para luego cerrarlas y
 vender con esa marca tomate concentrado chino. Por ejemplo la antes 
prestigiosa marca francesa de tomates provenzal Le Cabanon o la prestigiosa y tradicional marca italiana Giaguaro reciben los barriles de triple concentrado de tomate chino, añaden agua y las reenvasan en latitas en las que pone made in Italy para un montón de marcas distintas. Además esas exportaciones de triple concentrado chino no pagan aranceles.
La cosa o el truco es así: si tú compras materia prima 
fuera orientada a su reexportación una vez procesada, la Unión Europea 
te perdona los impuestos porque se supone que eso mejora la 
competitividad de las industrias transformadoras europeas. El concepto 
legal se llama “régimen de perfeccionamiento activo”. Aunque esa 
práctica también está fastidiando a quienes producen esas materias 
primas dentro de la UE. ¡Tomateros de Badajoz, meleros de La Alcarria, a
 joderse, esto se llama globalización!. Se supone que ese producto cuya 
materia prima procede de China y es procesado en Europa, tiene como 
destino venderse fuera, pero: ¿de verdad no se vende dentro de la UE? 
Lo
 cierto es que sale de las fábricas europeas con un made in Italy o made in France ¿o made in Spain?,
 China no aparece por ningún lado pero la banderita italiana o francesa 
sí está en la lata. Lo alucinante es que esta práctica tramposa no es 
ilegal porque ha habido un “procesamiento de la materia prima”; tú coges
 un barril de triple concentrado de tomate, añades agua, lo envasas con 
tu marca y ya has “procesado” el producto originario. Además, los 
grandes procesadores-envasadores fabrican para las marcas más famosas de
 la gran distribución europea. Aparentemente, los consumidores podemos 
elegir entre una enorme variedad de marcas pero en realidad, dentro de 
la lata, lo que hay es el mismo producto; eso sí, las etiquetas de fuera
 son de lo más variado y colorista. Viva el capitalismo canalla.
¿Te gusta el kétchup? Dentro de un rato dejará de 
gustarte. La salsa kétchup se hace a base de tomate procesado y 
concentrado. Los principales fabricantes de concentrado son Estados 
Unidos, China e Italia (y muy por detrás van España y Turquía). Con el 
concentrado se comercia, se trafica, se especula en todo el mundo: va 
envasado en unos barriles azules de tamaño similar a los barriles de 
petróleo. El tomate concentrado está en toda nuestra comida: pizza, 
kétchup, salsas, platos preparados, platos congelados, sopas, conservas 
de todo tipo… de la paella a los garbanzos, de las albóndigas de lata al
 zumo de todos los aviones. El concentrado de tomate es uno de los 
ingredientes culinarios que puede decirse que es universal y se consume 
en todos los países y continentes sin excepción. Claro que los barriles 
de concentrado no son como el petróleo y caducan, el tomate se pone 
“viejo” o se estropea o se pudre y… lo ha adivinado Usted, entonces ese 
tomate se procesa y se envía a África donde nadie suele quejarse de que 
sea producto caducado o que apenas haya en la lata un 30% de tomate y 
que el resto sean féculas, soja, fibra u otras sustancias baratas. 
A 
este tomate de la peor calidad se le denomina Black Ink, tinta 
negra, porque hasta ha perdido su color rojo y es marrón oscuro tirando a
 pardo, así que se le añade colorante sintético rojo en cantidad y 
listo. Además en África la venta de salsa de tomate se suele hacer a 
granel, a cucharadas, la mayoría de la gente es pobre y no tiene ni para
 comprarse una latita. En Túnez, Libia, Ghana o Nigeria se han detectado
 partidas de miles de toneladas de este tomate adulterado, tomate 
basura. Y el que no se ha detectado se vende por ahí, en todos los 
mercados.
El neoliberalismo era esto. La mitad del kétchup de este 
mundo procede de triple concentrado de tomate chino, pero no puedes saber
 cuál sí y cuál no, para elegir con libertad soberana. Mucho del tomate 
que se vende como made in U.E no lo es y no lo pone en la etiqueta, ni 
tiene porqué, debido a esas fantasmagóricas leyes de la U.E. que 
convierten una materia prima exógena en otra cosa super autóctona con el
 sólo milagro de añadir agua del grifo. El oro rojo es una estupenda 
metáfora de la economía global en el siglo XXI. 
Por otra parte, y en 
paralelo, las más avanzadas escuelas de pensamiento neoliberal plagian 
las recetas marxistas y neomarxistas de la economía china como 
soluciones para flexibilizar o precarizar el mercado laboral o retrasar 
el apocalipsis ecológico y económico, y para evitar que la especie de 
los consumidores se extingan de la faz de la tierra, ya que la 
subespecie de los trabajadores se está extinguiendo sin remedio.
De nuevo la comida es política, el tomate de lata y sus 
circunstancias nos puede llevar a los gulag chinos en los que trabajan 
gratis cuatro millones de personas. Cada vez que hagas una pizza, unos 
espagueti o eches un chorro de kétchup en tu hamburguesa se muere un 
gatito. Cada vez que leas aquel capítulo de El Capital que 
habla de la plusvalía, un robot de la industria estará quitando el curro
 a uno de los tuyos, o a mil. Es lo que hay. 
La alimentación es negocio,
 la industria agroalimentaria mueve 3,2 billones de euros, y los que 
fabrican alimentos ya no son los míticos empresarios que comenzaron a 
hacer kétchup en 1890 como Henry John Heinz. Su compañía, ahora, 
fusionada con Kraft, pertenece a grises grupos de inversión especulativa
 como 3G Capital y Belkshire Hathaway pertenecientes a Warren Baffett, 
que es el segundo hombre más rico del mundo y que ahora fabrica el 59% 
de todo el kétchup del mundo. Su objetivo es ganar más pasta, no 
fabricar mejor kétchup.
Plano tres. Badajoz. Extremadura es una 
de las zonas de cultivo de tomate para industria más importante de 
España y suministra tomates cultivados según normativa de seguridad 
alimentaria europea con una trazabilidad total. Las marcas españolas que
 fabrican concentrado de tomate y salsas de tomate a partir de esa 
materia prima ofrecen a los consumidores productos seguros y de calidad.
 No se trata de decir que todos los alimentos cultivados y procesados en
 China son “malos” sino de tener la libertad como consumidores 
informados de elegir realmente un kétchup fabricado aquí con tomates de 
aquí o elegir cualquier otro. ¿No era la libertad de elección la base 
del capitalismo? 
Salto en el tiempo. Mediados de agosto, con diez o doce 
años, siesta obligada de la que siempre nos escapamos para ir al río a 
pescar y a bañarnos hasta casi las nueve. Somos niños salvajes 
requemados por el sol que volvemos con un hambre caníbal. Olor a tierra 
caliente y mojada bajo la parra. Avispas peleando contra niños, 
chicharras enloquecidas, brisa con olor a tabaco en flor. Una rebanada 
de pan y un tomate maduro y perfecto cortado por la mitad por mi abuelo,
 un chorro de aceite y sal. Nada más. Una delicia. Tal vez de verdad el 
sabor del paraíso, el maná, el fruto aquel del árbol de la ciencia, el 
origen de todos los pecados deliciosos de este mundo. Para los otros 
pecados, los amargos, vuelva al plano dos.
Merece la pena meterse 
en el rojo y pestilente universo alimentario mundial del estupendo 
trabajo de investigación de Jean-Baptiste Malet El imperio del oro rojo. Ed. Península 2018.

 
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