MADRID.- ¿Qué lleva a un catedrático 
universitario a arriesgar su prestigio y su carrera profesional por 
salvar la cara a un representante político? ¿Qué obliga a tres 
profesoras a permanecer en silencio mientras sus firmas se exhiben como supuesta prueba exoneratoria de un tribunal que nunca existió?, se pregunta elconfidencial.com 
Hace
 unos días, en esta misma tribuna, señalaba un poco a vuelapluma que 
“las universidades españolas son las cajas de ahorros de hace 15 años”.
 Como no han sido pocos los comentarios que en todas las direcciones he 
recibido, vaya aquí una reflexión algo más elaborada al respecto. 
Empecemos
 por el capítulo de salvedades iniciales. La primera, preguntarse por el
 papel de la universidad no es una cortina de humo para dejar de hacerlo
 por Cristina Cifuentes.
 Creo que el futuro político de la presidenta de Madrid tiene fecha de 
caducidad. Cuando se acabe su viacrucis, Cifuentes será una expresidenta
 más. Con el debido respeto, su futuro a partir de entonces me resulta 
indiferente. Lo verdaderamente importante es cómo quedan nuestras instituciones después de la tormenta. 
La segunda salvedad es una perogrullada: no paso por alto las muchas diferencias entre universidades y cajas de ahorros.
 Las universidades no representan un riesgo sistémico y sus dirigentes 
no se embolsan sueldos propios de futbolistas. Cualquier analogía es 
parcial e imperfecta, y no es necesario estirarla más de lo debido. 
Sin 
embargo, sí existen en mi opinión inquietantes similitudes, un 
ecosistema viciado que no provocará un rescate de miles de millones de 
euros, pero que sin embargo puede estar deteriorando la calidad de la 
enseñanza que reciben nuestros estudiantes. Y, si me apuran, tal vez esa
 factura sea más grave que la de cualquier rescate.
La tercera 
salvedad es que al hablar de 'universidades públicas' estaremos, como en
 toda generalización, siendo injustos. Hay muchas excepciones: 
universidades que funcionan muy bien y profesionales que ponen su mejor 
empeño en ofrecer una enseñanza de calidad. No lo niego, más bien al 
contrario. Denunciar lo que funciona mal es la mejor defensa de quienes funcionan bien.
 También había excelentes profesionales en nuestras cajas de ahorros. Lo
 importante no son las excepciones sino la regla: si el diseño 
institucional y los incentivos son los adecuados o es necesario 
reformarlos.
Hechas las salvedades, vayamos con las semejanzas.
-Una red de favores mutuos entre universidades y políticos. Una de las razones que arrastraron a las cajas de ahorros
 fue la relación simbiótica o, mejor dicho, mutuamente parasitaria que 
existía entre cajas y políticos. Con las universidades ocurre algo 
parecido. ¿Qué favores reciben los políticos? Se ha escuchado mucho 
durante los últimos días la reflexión de que Cifuentes no necesitaba 
para nada el famoso máster. Discrepo al respecto: el máster era un ingrediente fundamental del producto político llamado Cristina Cifuentes.
La presidenta madrileña ha cultivado una imagen de 'maverick', de política no convencional. En realidad, es todo lo contrario.
 Diputada autonómica desde principios de los noventa, es una de tantos 
cargos políticos que no han tenido otra ocupación en su carrera. Sin 
embargo, el máster le permitía dar una pátina diferente a su currículo: 
esa imagen de profesional exitosa que está en la política casi de paso.
Algo parecido ocurre con Pablo Casado: cuando cursó su máster en 2008
 ya era presidente de Nuevas Generaciones en Madrid, una de las muchas 
ocupaciones políticas que ha tenido a lo largo de su todavía joven 
carrera. Los másteres de los políticos no son un adorno superfluo: embellecen el currículo para aparentar una imagen de profesionales formados y exitosos cuando,
 en realidad, carecen de una carrera profesional alternativa a la 
política (dicho sea de paso, tengo la impresión de que las dudas sobre 
el máster de Casado poco tienen que ver con el caso Cifuentes, y al 
menos de momento no hay ni engaño ni manipulación de documentos).
No es este el único favor que las universidades ofrecen a los políticos. Las universidades sirven para 'blanquear' proyectos políticos dudosos:
 hace años, por ejemplo, la Universidad de Castilla-La Mancha (UCLM) 
ofertó una nueva titulación: Gestión Aeronáutica y Aeroportuaria, a la 
sombra del flamante Aeropuerto de Ciudad Real. Para culminar el 
disparate, la titulación no llegó ni quiera a tener carácter oficial 
porque la UCLM no remitió la correspondiente memoria a la Aneca.
Tanto
 les gustan las universidades a los políticos que cada partido ha tenido
 siempre la suya: la Complutense ha sido históricamente uno de los 
resortes de poder de IU y los viejos comunistas. Los socialistas crearon
 la Carlos III y, para compensar, el PP creó la Rey Juan Carlos. Y todos contentos.
Por su parte, ¿qué favores hacen los políticos a las universidades? Como ocurre con muchas otras cosas, la Constitución
 española no habla de la enseñanza universitaria en ninguna de las dos 
relaciones que reparten las competencias entre el Estado y las CCAA 
(art. 148.1 y 149.1), pero la práctica política ha hecho que la mayor 
parte de las competencias sobre universidades corresponda a las CCAA
 (como por cierto también ocurría con las cajas de ahorros). 
La más 
importante de ellas es la financiación: según un informe del 
Observatorio Universitario, la financiación pública representa entre el 
60% (Cataluña) y el 85% (País Vasco) de la financiación total de las 
universidades. O, en euros, por alumno, si cada universidad vasca recibe
 8.429 euros por estudiante, las universidades madrileñas solo reciben 
4.730 euros. Es decir, para las universidades, ganarse el favor político
 es una cuestión de supervivencia.
-Sistema de gobernanza. El funcionamiento interno es otra de las semejanzas
 entre cajas y universidades. En las cajas de ahorros, debido a su 
finalidad social, el poder se repartía entre diversos colectivos: CCAA, 
ayuntamientos, impositores y sindicatos. El problema surge cuando estos 
colectivos no tienen 'accountability' interna: ¿ante quién responden los
 representantes de los impositores? 
Durante mucho tiempo, tuve mis 
ahorros en una caja de ahorros: nunca supe quién me representaba como 
impositor, y aunque lo hubiese sabido, no le hubiese dedicado tiempo. 
Algo parecido ocurría con sindicatos, CCAA y ayuntamientos. ¿Ante 
quiénes respondían por su labor de gestión en las cajas? Cuando no hay 'accountability' interna, vale todo. Los
 gestores dejan de velar por los intereses colectivos que teóricamente 
representan y empiezan a hacerlo por el de ellos mismos.
Algo parecido ocurre con el gobierno interno de las universidades: los 
consejos sociales teóricamente son un instrumento democrático, destinado
 a favorecer que la universidad atienda una pluralidad de intereses. En 
la práctica, la falta de rendición de cuentas hace que los intereses a 
los que sirve la universidad sean más los intereses privados de los 
representantes que los intereses difusos de los representados.
-Dualidad laboral. Y vaya una última semejanza: las universidades son un pequeño microcosmos del mercado laboral español.
 Algo parecido ocurría en las cajas de ahorros, pero en las 
universidades la dualidad es si cabe más agravada: cuando los profesores
 consiguen una plaza, se dice que la han 'ganado', son profesores 
'titulares' que disfrutarán de la misma de por vida. 
Mientras tanto, hay
 un colectivo de profesores 'precarios', los asociados, una figura 
teóricamente destinada a que profesionales de prestigio diesen clase en 
la universidad, pero que en la práctica está siendo utilizada como los 
contratos temporales en el resto del mercado laboral.
No es casualidad que la profesora que se atrevió a denunciar el acta de Cifuentes
 fuese la única integrante del supuesto tribunal que era profesora 
titular. En las universidades, los precarios tienen una posición incluso
 más débil debido a la endogamia, la falta de transparencia y el poder 
que acumulan algunos catedráticos. Algunas relaciones son casi de 
vasallaje. 
Producía bastante repulsión que el director del máster de 
Cifuentes hablase hace unos días de sus 'discípulas'; sobre todo, porque
 un 'maestro' no las induce a firmar un acta falsa, ni se cuida de 
explicar cuando lo pillan que, como su firma no aparece en ningún sitio,
 él no tiene responsabilidad legal alguna.
En definitiva, sí creo que las universidades son, en varios aspectos,
 las cajas de ahorros de hace algunos años. Alguien entenderá esta 
reflexión como un ataque al sistema público de universidades por ser 
público: al contrario, pienso que cuando un sistema público deja de 
servir al interés general y solo lo hace a intereses privados, la mejor 
defensa es reformarlo para que vuelva a ser verdaderamente público.
Un
 último inciso a este respecto: tenemos un sistema universitario 
bastante por debajo de lo que nos corresponde. Igual que, en mi opinión,
 tenemos un sistema sanitario bastante por encima de nuestra posición 
relativa como país (en términos de desarrollo económico). La autonomía 
en la gestión se puede utilizar para mal, como en las universidades, o 
para bien, como en los hospitales. En las políticas públicas, el diablo está en los detalles.
 
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