BARCELONA.- El Madrid planteó un gran partido. Repitió el equipo de Múnich pero con un talante muy diferente:
el doble pivote más adelantado para juntarse con la línea de tres y
formar una maraña de cinco que presionaba mucho y bien, aun a cambio de
un desgaste físico tremendo. Así le fundió los plomos al Barça, que
carburó con el tubo de escape atascado. Circulaba el balón lentamente en
el doble pivote formado por Busquets y Thiago para luego encontrar
puentes cerrados en la tercera línea, justo donde el Madrid le mordía
las canillas con todo, según la crónica del 'Abc'.
Robaba
el Real y creaba peligro metiendo unos zarpazos tremendos a ver si le
encontraba carne a Valdés, ya fuera en contras o en balones parados. Fue
en lo último, que es donde el Barça tiene una laguna más grande aún que
la del Madrid, donde los blancos encontraron botín. Ganó Pepe un balón
aéreo y luego a Puyol, el mejor de los azulgrana en los últimos meses,
se le bajaron las persianas. Balón en área pequeña y lo deja bajar en
vez de sacarlo de un punterazo cutre pero salvador. Esa décima de
segundo fue suficiente para que apareciera un fantasma con un cuchillo. Sami Khedira salió de la nada, con cara de pillo de colegio,
de listillo de la clase, «esta te la trinco» debió pensar, y le rebañó
el balón lo justito para que se colara en la raya de gol, tan cerca
estaba. Torpeza inaudita en un veterano glorioso para poner más cerca la
Liga al Madrid. Los blancos preparaban fiesta a lo grande con un
empate, mucho más con un gol que le templó los ánimos, centró los
objetivos y ayudó a crecer el físico lo suficiente para ayudar en la
presión.
El
Barça fue todo un tropezón tras otro, encontró poco a Xavi, menos a
Messi y nada a Tello, que era donde se veía que podía hacer daño con su
velocidad. Estuvo bien Arbeloa en esa marca, tan denostado como ha sido
estas últimas semanas. Impuso su veteranía, su buen hacer metiendo el
cuerpo y dejando un metro a un velocista para tener ventaja en el
recular. Un buen trabajo. El resto lo hizo el Barcelona, que se cegó sin
encontrar caminos, bien cerrados por el Real, pero también tapados por
la lentitud en la circulación de balón azulgrana.
El
final del primer periodo pareció el fin de todo porque llevó a los
jugadores con la lengua fuera al vestuario, tal había sido el ímpetu,
concentración y viveza del juego. El Madrid parecía agotado por el esfuerzo físico; el Barcelona, por el mental, incapaz de encontrar salida al excelente laberinto creado por Mou.
El
físico jugó por los dos en la segunda parte. Al Madrid se le iba el
pulmón por la boca pero todos los suyos tiraban de corazón, viendo tan
cerca la meta. El Barça no lo aprovechó porque también estaba tieso como
la mojama, tocado por el partido de Londres. La circulación iba a
cámara lenta y todos estaban en la reserva, al límite de quedarse sin
una gota de aire.
Los
de Mou, esta vez porque ya no podían, no por voluntad propia, se
tiraron atrás, a guardar el resultado, y dejaron todo el espacio al
Barça, pero con orden y tapándose bien atrás, aunque sin apenas salida
hacia Valdés, que lo vio todo en la lejanía. Pep metió a Alexis en el campo y eso complicó aún más al Madrid.
De tanto empeño empató el Barça como estaba jugando, a trompicones, en
una jugada tan tosca como el primer gol. Pero el Madrid le respondió con
un derechazo a la mandíbula. Se fue CR como una moto en un gran pase de
Ozil y tumbó al Barça rematando la Liga.
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